La intolerancia a la lactosa se define como una condición en la que el cuerpo tiene dificultades para digerir la lactosa,
el azúcar natural presente en la leche y otros productos lácteos.
Esto ocurre debido a la falta o insuficiencia de lactasa, una enzima producida en el intestino delgado que es la encargada de descomponer la lactosa en dos azúcares simples: glucosa y galactosa, que pueden ser absorbidos por el intestino.
Al no poder ser degradada, llega intacta al intestino haciendo que las bacterias del intestino liberen gases y agua, responsables de los molestos síntomas como hinchazón, dolor abdominal, flatulencias, diarrea o náuseas.
La deficiencia de lactasa puede ser de origen genético. Además, su producción a menudo disminuye con la edad y existen poblaciones con mayor predisposición a padecer esta deficiencia de lactasa como la población africana, asiática, hispana e indígena americana.
Pero en muchas ocasiones, esta deficiencia de lactasa es secundaria a alguna afección intestinal como la celiaquía, la enfermedad de Crohn, disbiosis intestinal, etc. En estos casos, la capacidad del intestino para producir lactasa puede recuperarse parcial o totalmente una ver se haya tratado la enfermedad subyacente y el intestino se haya recuperado.
Es por ello que, aunque durante el período de recuperación será aconsejable disminuir el consumo de lácteos para minimizar las molestias intestinales, es recomendable reintroducir estos alimentos de manera progresiva y según la tolerancia para ir recuperando la producción natural de lactasa.
Existen algunas estrategias que ayudan a mejorar la tolerancia a la lactosa:
1. Optar por lácteos fermentados:
Estos productos contienen bacterias probióticas que ayudan a descomponer la lactosa durante la fermentación. El yogur y el kéfir son más fáciles de digerir y suelen tener menos lactosa que la leche. Además, si estos son de cabra u oveja, su digestión será aún mejor.
2. Escoge los quesos curados:
Los quesos duros y añejos como el parmesano, el cheddar y el suizo tienen menos lactosa porque gran parte de ella se elimina durante el proceso de maduración.
3. Combina con otros alimentos:
Consumir productos lácteos junto con otros alimentos puede ralentizar el proceso digestivo, lo que permite al cuerpo más tiempo para manejar la lactosa y puede reducir los síntomas. Un ejemplo podría ser queso tierno dentro de una ensalada o un yogur con nueces.
4. Consumo de probióticos:
Algunos estudios sugieren que algunos probióticos pueden ayudar a la producción de lactasa como Lactobacillus acidophilus o Bifidobacterium lactis.
5. Antes de consumir lácteos,
Toma suplementos de lactasa que ayudan a descomponer la lactosa en el tracto digestivo, lo que reduce la probabilidad de sufrir síntomas.
¿Y los productos sin lactosa?
Son productos a los que se les añade la enzima lactasa durante la producción, por lo que llega ya degradada a nuestro intestino. Aunque son una buena alternativa para evitar las molestas provocadas por la lactosa, no siempre se toleran del todo bien en casos de inflamación intestinal.
Existen otras alternativas a la leche elaborados con ingredientes vegetales como almendra, nueces, avena, coco, etc. que, aunque no tengan las mismas propiedades nutricionales que los lácteos de mamíferos, sirven de sustituto para aquellos que no consigan tolerar en absoluto los lácteos o simplemente no quieran consumir lácteos de mamíferos.
Desde yogures a untables, hoy en día contamos con una amplia gama de sustitutos vegetales a casi todos los productos lácteos convencionales.
En conclusión, más allá de las causas genéticas, es esencial tener en cuenta nuestra salud intestinal.
Pues simplemente eliminar los productos lácteos de la dieta, en la mayoría de los casos no será la solución del problema, es fundamental un enfoque integral que incluya el diagnóstico y tratamiento de las posibles causas intestinales que puedan estar detrás de esta intolerancia.